martes, 24 de marzo de 2015

La diferencia entre una persona preparada y la que no lo está reside en disponer de recursos o soluciones para gestionar con eficacia la mayoría de situaciones que pudieran acontecer o en cambio verse superado por ellas, ser víctima de las circunstancias. Una de las claves que identifica a una persona eficaz y saludable es la autonomía emocional. Ser una persona preparada, competente, eficiente, eficaz, saludable conlleva autonomía emocional, saber estar a nivel emocional por encima de las circunstancias. Quien no vive en función de lo que le sucede, sometido al vaivén de los acontecimientos, y tiene el mando de su vida, provocando lo que se quiere que suceda, es una persona autónoma a nivel emocional.
En la sociedad del bienestar las madres y padres tendemos a proteger a nuestro hijos, nos duele verles sufrir y hacemos lo imposible por evitarles pasarlo mal, les arrebatamos los problemas de sus manos y los hacemos nuestros, les ayudamos a satisfacer sus apetencias sin que les cueste esfuerzo alguno y sin solicitar nada a cambio, tendemos a justificarles ante su fracaso… Los estamos haciendo inútiles al no provocar que estimulen sus habilidades y competencias de “supervivencia”, no les estamos educando en la autonomía emocional.
El niño o niña necesita vivir situaciones de conflicto y de frustración para ir aprendiendo a gestionarlas. Muchas son las situaciones que cualquier niño/a  vive diariamente y suponen una oportunidad de aprender y entrenar sus competencias emocionales como discutir con un amigo, ser objeto de bromas, convivir con personas con  las que no existe un buen feeling, saber trabajar con ese profesor con el que no conecta, tolerar el estrés de los exámenes, superar  una decepción, sufrir el desamor, equivocarse, recibir reproches, ser suplente o estar en el banquillo… Quien va viviendo ese entrenamiento improvisado al que somete el día a día va desarrollando sus habilidades, aprendiendo competencias, potenciando la autoconfianza, mejorando su bienestar emocional, en definitiva, va ganando autonomía emocional.
Frente a una actitud protectora, que tiende a justificar al niño y a no exponerle a las dificultades, riesgos o amenazas potenciales, es mucho mejor guiarle sobre cómo afrontar y gestionar las situaciones de dificultad o conflicto. Los padres de generaciones anteriores animaban a sus hijos a “espabilarse” o “buscarse la vida”, sabiendo que las experiencias vividas les iban a “curtir” en su desarrollo como personas. Los jóvenes de hoy en día son los más preparados de la historia de la humanidad. ¡Sin duda! Tienen buen nivel de estudios, dominan varios idiomas, manejan las nuevas tecnologías, están conectados con el mundo a través de internet y las redes sociales, son viajeros, son educados, no plantean graves conflictos… En cambio, son poco resilientes, tienen pocos recursos para afrontar las dificultades, se desaniman con facilidad, tienen poco espíritu de superación, son poco perseverantes… No es responsabilidad de ellos. Es el resultado de un modelo educativo.
Madres, padres, maestras, profesores, entrenadores deben ir incorporando el entrenamiento emocional a su labor diaria para lograr enseñar competencias emocionales de forma transversal, sin que lo note el chico o  chica. Desentenderse de este objetivo y dejarlo en manos del psicólogo o coach no tiene mucho sentido. En un futuro próximo el psicólogo será un formador de formadores, un entrenador de los agentes educativos, un ayudante de madres, padres, maestras, profesores, entrenadores… en su reto de enseñar las competencias emocionales intrínsecamente al desempeño de su rol.

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